lunes, 27 de octubre de 2014

Rímini: algo más que el Benidorm italiano




Sol, playa, chiringuito, biquinis, italianos en slip y con bigotes “rarunos” que pasean por la orilla, terrazas repletas de bañistas, y curiosos que observan melancólicos el mar. El Mar Adriático. La costa romañola, una de las más animadas del país transalpino, y también una de las más saturadas de tópicos y estereotipos. Rímini. Años sesenta. Ciudad donde las alemanas y suecas caminan en bañador ondeando largas melenas amarillas que pasan de los hombros. Verano. Rímini. La cortina de humo.

Todo va más allá. Nos remontamos.

La colonia italiana de Arriminum fue fundada sobre la llanura padana en la costa norte de las Marcas (actual región italiana de Le Marche) en el año 268 a. C. Fue poblada por seis mil inmigrantes provenientes de la Italia centro-meridional con sus respectivas familias. Es una de las urbes italianas que mejor conservan sus trazas originales en el tejido urbanístico: estructura octogonal; el cardo (kardo), que era la calle urbana dispuesta en un trazado viario en dirección Norte-Sur en forma de damero; el decumano, trazado viario pero con rumbo Este-Oeste; y el antiguo foro.




Rímini es una ciudad que ya desde su entrada se ofrece al visitante como un regalo de los dioses. La Antigüedad más pura viene a su encuentro. Le transporta desde el Puente de Tiberio (14 d. C) hasta desembocar en el famoso y extraordinario ARCO DE AUGUSTO. Este es uno de los monumentos en los que me centraré.




 
El Arco de Augusto es el arco más antiguo conservado en la Italia septentrional, y señalaba la entrada a la ciudad para el viajero que provenía de la Via Flaminia. El encargo de este arco fue realizado por el Cónsul Flaminio en el 220 a. C., y sirvió para unir de forma simbólica las ciudades de Roma y Rímini. Se erigió en el 27 a. C. como puerta honorífica para conmemorar la figura del Emperador Octavio Augusto, como se puede leer en la inscripción que se halla en la parte superior. El monumento hacía parte del anillo que conformaba el recinto de la muralla más antiguo. Esta muralla fue realizada con bloques de piedra local.

La construcción original se situaba entre dos torres poligonales, de la que apenas quedan vestigios. Se componía, además, de un ático que debía completarse con la estatua del emperador a caballo o dirigiendo una cuadriga. El conjunto general fue destruido, muy posiblemente, por los terremotos. Y en época medieval se decoró con una escena de batalla.

Se exalta la arquitectura mediante un rico montaje de elementos cargado de significados políticos y propagandísticos: una apertura muy amplia del arco, imposible de cerrar mediante puertas, y que retrotrae a la paz augusta conseguida tras largos períodos de guerras civiles. Dentro de este programa de exaltación, destacan cuatro tondos que encierran cuatro divinidades (Júpiter y Apolo en el lado externo; y Neptuno junto a la alegoría personificada de la ciudad de Roma en el lado interno, mirando hacia la ciudad).

En los alrededores del Arco, se han encontrado recientemente restos del antiguo anfiteatro romano, de época del Emperador Adriano, un anfiteatro de enorme tamaño, con capacidad para más de diez mil espectadores.
Durante la época medieval, tanto el Arco de Augusto como el Puente de Tiberio fueron el símbolo de la ciudad de Rímini en monedas y escudos.



Visitar Rímini es un viaje en el tiempo: la época del Imperio Romano, el Renacimiento más clásico, los palacios de las familias nobles, el cine más premiado, excavaciones arqueológicas permanentes… hay tanto aún por descubrir... Pero, sin duda, de entre todos los monumentos y los sitios de interés arqueológico, sobresale el TEMPLO MALATESTIANO. Y de él voy a hablaros.

Es conocido como el “Duomo de Rímini”, y es un “capolavoro” de la arquitectura del Renacimiento en Italia.




Sus orígenes se remontan a su fundación, a mediados del año 1400, sobre los restos de una iglesia franciscana del Duecento.

 
El Templo fue encargado por Sigismondo Malatesta, que se convertiría en su principal comitente, haciendo construir, primero, una capilla para la familia noble de los Malatesta, y luego añadiendo una segunda capilla para completar la primera. Él mismo, con paso de los años, quiso transformar el viejo San Francisco a través de una remodelación del espacio interior. Este proyecto lo encomendó a Matteo de' Pasti. Y el exterior, al arquitecto Leon Battista Alberti. En un primer momento, los esfuerzos realizados y las horas de trabajo que se emplearon fueron ingentes, y los primeros resultados se vieron favorecidos por el acopio masivo de mármol que Sigismondo realizó en San Apolinar en Classe (Rávena) y en Fano, lugares en los que había combatido.

Con el declive político del noble riminés, que comenzó a perder muchos de sus dominios, rápidamente las obras del edificio se retrasaron hasta su total interrupción, en torno a 1460. Y el gran Templo jamás fue concluido. Durante los bombardeos de 1943 sufrió graves daños, y tuvo que ser restaurado en 1950.
La fachada es uno de los ejemplos más significativos del estilo de Alberti. Está dividida en dos partes. La inferior se compone de tres grandes arcos, flaqueados por semi-columnas acanaladas. Los dos arcos exteriores son ciegos. La portada soporta un frontón triangular sobresaliente, que posee una decoración geométrica de mármol coloreado. La parte superior quedó inacabada. Alberti hubiera querido completarla con una cúpula que rivalizase con la que Brunelleschi hizo para Santa María de las Flores en Florencia.




El lateral derecho del Templo continúa el tema de la fachada central, y en ella se disponen, de forma consecutiva, siete grandes arcos ciegos que muestran los sarcófagos dedicados a honrar la memoria de ilustres poetas, filósofos y estudiosos de la época; así como algunos a algunos miembros de la familia Malatesta.

Autores italianos, como Zannoli, realizan una lectura sentimental de esta fachada lateral. El hecho de que quedara incompleta y la carga de tensión dramática evocan una nueva imagen de la Torre de Babel. El desarrollo de los arcos y las pilastras alterna intensidad y profundidad con un empuje dinámico que enlaza de modo elegante con el zócalo. Rodea todo el lateral una franja con una refinada decoración, reuniendo las gestas malatestianas enmarcada por un bellísimo motivo a modo de cordón en relieve, de mármol rosado.

El interior del Templo sorprende al visitante por su excelente estado de conservación y su extraordinaria limpieza (fenomenalmente mantenido).

Fue concebido como panteón para albergar los sepulcros de la Familia Malatesta. Presenta una planta de nave central con ocho capillas laterales simétricas y un amplio ábside.

 
El proyecto le fue concedido al veronés Matteo de' Pasti, un artista todavía bajo el influjo gótico, que no se preocupó de armonizar la fachada y el “envoltorio” externo con la decoración y disposición del interior. Tampoco su organización cuadraba con la decoración de las capillas, que realizó el florentino Agostino di Duccio. El desequilibrio comienza con el contraste que suponen las ricas capillas laterales malatestianas y el desnudo ábside central. La decoración de la nave sigue los preceptos toscanos tardo-góticos tomados de la tradición véneta. Esto se aprecia en elementos como follaje, emblemas, festones... Que se entremezclan con otros típicamente humanistas, sobre todo en el sepulcro Segismundo, donde ha representado las Virtudes. O en la Capilla de Isotta, con los clásicos putti, que mueven sus cuerpecitos rechonchos en una danza, mientras otros tocan panderetas, tocan la flauta o cantan.



Pero el Templo Malatesta -Basílica desde 2002- alberga dos tesoros de gran envergadura, que se muestran desconocidos al visitante hasta que el ojo percibe la magia de lo que se trata.

Uno de ellos es un solemne crucifijo de grandes dimensiones que preside el ábside central. Es una tabla de Giotto, y está datada en 1299. Es el único testigo de la fugaz estancia del maestro florentino en Rímini, tras realizar en Padua la Capilla Scrovegni, y lleva a pensar en la desaparecida decoración pictórica de las capillas franciscanas, hoy desgraciadamente perdidas.




 
El segundo tesoro escondido es un fresco “votivo” que representa a Sigismondo Malatesta arrodillado venerando a su patrón, San Sigismondo. El autor es Piero della Francesca. Su firma se reconoce en la esquina inferior derecha junto con la fecha de ejecución del trabajo, 1451. Aunque ya fue aprobado el proyecto de decoración marmórea interior del Templo, la fama del pintor toscano le precede (en las Corte de Este y en Urbino con los Montefeltro), y fue llamado por Malatesta para realizar este excepcional retrato.



Me gustaría seguir analizando cada una de estas obras maestras, pero el post se me está quedando muy largo y prefiero hacerlo más despacio y más exhaustivo. En breve estarán disponibles en el blog las dos fichas completas del Arco de Augusto y del Templo Malatesta, con más imágenes e información técnica, que espero colgar pronto.


Para terminar, un último aspecto, que a mí, como amante del cine, no he podido dejar pasar por alto. Rímini fue la cuna que amamantó y a la que perteneció uno de los mejores directores de cine de todos los tiempos a nivel mundial: FEDERICO FELLINI.

Él ha sido el mejor embajador que ha tenido Rímini en toda su historia. Fellini supo presentar en sus películas la peculiar región a la que pertenecía, la Romagna, y a sus tipos populares más característicos. De entre ellos, destaca el “vitellone”, personaje masculino que presume de hombría y de patria, y que hace gala de su “casanovismo trasnochado” en un perpetuo ligoteo con las féminas tanto nacionales como de importación (léase este párrafo en modo muy irónico). El “vitellone” romañolo fue magistralmente interpretado por Alberto Sordi en la gran pantalla.





Después de una primera exploración en su ciudad, Fellini dejará de ser “profeta en su tierra” y cruzará el charco, ganando cinco premios Óscar de la Academia de Cine de Hollywood. Pero nunca olvidó su ciudad natal, dedicándole en 1973 su aclamadísimo film Amarcord, que supuso su vuelta a la juventud, y una dedicatoria de amor a Rímini. Amarcord es un viaje en el tiempo, cuyos protagonistas son la ciudad, sus habitantes y los recuerdos.

Rímini tampoco olvida a Federico, y le rinde homenaje en numerosas ocasiones. De obligada visita es la Casa Fellini, que fue la de sus padres y la de su hermana Maddalena. Es allí donde se hospedaba cuando volvía a sus orígenes. Hoy se ha convertido en sede de la Fundación que lleva su nombre, y se ocupa de conservar el legado cinematográfico del genial director.



Casa Natal de Federico Fellini en Rímini


Rímini supera a Benidorm y a tantas otras ciudad. No hay color, ¿verdad? ¿A que he conseguido que desaparecieran los tópicos?

Créditos:

- Fotografías de Rímini realizadas por la autora del blog
- Leyendas: realizadas por la autora
- Plano y dibujo de Rímini: cortesía del Ayuntamiento de Rímini 
- Fotografías y póster de Fellini: web de vivacine



viernes, 17 de octubre de 2014

Y Sorolla conquistó América...


“…And Sorolla’s eyes were opened to the revolution which was being effected in the history of modern painting”
“…Y los ojos de Sorolla se abrieron a la revolución que se estaba llevando a cabo en la historia de la pintura moderna”

Extracto de la introducción que redactó el escritor e hispanista galés Leonard Williams para el “Catálogo de Pinturas de Joaquín Sorolla y Bastida” del Art Institute of Chicago en 1911, bajo la dirección de la Hispanic Society of America. Después de haber contemplado en París y Berlín las obras de Bastien-Lepage y Von Menzel.


El conocimiento medio de una persona con nociones de Historia del Arte español nivel medio sobre Sorolla, se cimienta en “es el impresionista español, ¿no?” o “hay un museo en Madrid, ¿verdad?” o “ah, sí, los niños que juegan en la playa, ¡qué bonita estampa!”. Queramos o no, es así, y la Fundación Mapfre con la exposición “Sorolla y Estados Unidos” contribuye de manera excepcional a que el interesado y el aficionado a la Historia del Arte, cambie el concepto anquilosado que se tiene sobre el artista valenciano. No sólo fue pintor de élites, sino que su carrera abarcó muchos más campos y temáticas.





El pintor de la luz. Sí, pero también de las sombras. De las sombras históricas, pictóricas y psicológicas. Joaquín Sorrolla y Bastida comenzó su formación artística a muy temprana edad en su Valencia natal. Huérfano de ambos padres, será su tío el que le proporcionará los medios para poder dedicarse en cuerpo y alma a lo que fue siempre su vocación: la pintura. Pronto ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y destacó por encima de sus compañeros en las materias de composición, disciplina y dibujo. Velázquez fue su gran “maestro” durante ese aprendizaje. 

Pero si algo se puede destacar de Joaquín Sorolla es que ya desde muy joven era una persona cosmopolita y con don de gentes. Comenzó viajando a Madrid a conocer a los grandes maestros de la Escuela Española de Pintura. Estuvo también becado en Italia durante cuatro años por la Diputación Valenciana gracias a sus extraordinarias dotes como dibujante. Sus viajes serán cada vez más frecuentes a partir de este momento, y sus ansias de conocimiento, una vez terminados los estudios, le llevaron a Europa, a visitar las exposiciones que se realizaban en París o Berlín. En una de ellas conoció al pintor Aureliano de Beruete, que llegó a ser gran amigo suyo, y cuya pintura le inspiró en muchas de sus primeras obras (más adelante, Sorolla le haría uno de sus mejores retratos, y tras su fallecimiento, organizaría en su palacete de Madrid, actual Museo Sorolla, su primera exposición antológica). También frecuentó a los pintores franceses Bastien-Lepage o Von Menzel. Fruto de estos contactos iniciales nacen sus primeros cuadros importantes, que tienen un denominador temático común, el compromiso social y un fuerte arraigo a su tierra. Y una nueva tendencia que estaba naciendo en España, la pintura moderna, el Impresionismo.

A partir de 1890 comienza a enseñar su obra en las más famosas exposiciones europeas. Lienzos como ¡Aún dicen que el pescado es caro! (en el Museo del Prado) -una de mis pinturas favoritas-, ¡Triste herencia!, El algarrobo y ¡¡Otra margarita!! viajaron por las principales capitales de Europa. Los ojos más exigentes del contexto artístico de la época -críticos, artistas, marchantes y curiosos aficionados- se posaron en sus maravillosas pinceladas. El éxito y la fama no tardarían en llegar. Tanto fue así que en 1893 ¡¡Otra margarita!! obtuvo la medalla de honor en la World's Columbian Exposition de Chicago. Sorolla comenzó a ponerse de moda. Y los mejores “dealers” norteamericanos compraban sus obras para decorar las casas y despachos de grandes magnates y familias burguesas de Nueva York, Saint Louis... Sorolla se convirtió en el nuevo conquistador de América.


Estas primeras representaciones reflejan la realidad cotidiana -en ocasiones devastadora- de los más marginados de la sociedad española a finales del siglo XIX. En ¡Triste herencia! se representa una escena que inyecta al espectador el mismo grado de ternura que de aflicción. Niños minusválidos, huérfanos, enfermos -muchos de ellos aquejados de polio, que causó estragos en esos años- se ayudan unos a otros, y son ayudados por un hermano de San Juan de Dios a bañarse en el mar. Velázquez está presente en la figura del religioso, y la pintura moderna en los contrastes lumínicos que se reflejan en los delgados cuerpecitos infantiles, así como en la paleta de color utilizada. Esta “masterpiece” ganó el Grand Prix de la Exposición Universal de París de 1900.


 
Buena parte del éxito que tuvo Joaquín Sorolla y Bastida en Estados Unidos fue debida a dos personas que le apoyaron y que le encargaron obras de especial relevancia. Fueron los mecenas Archer Milton Huntington y Thomas Fortune Ryan. Ellos le presentaron a personalidades, le hicieron conocer el modo de vida americano, y supieron admirar su trabajo, valía y producción. Creo firmemente que Sorolla tenía don de gentes. Gran parte de su notoriedad fue debida a ello. Se ajustaba a los gustos imperantes del período que se estaba viviendo -el realismo social del que he hablado en el párrafo anterior es un ejemplo-, el retrato burgués, la España más folclórica, la España menos folclórica y más desconocida... Y los diferentes lugares de su país de origen. La Andalucía sosegada y casi desconocida para el turista extranjero, con sus vistas de la Alhambra o el Generalife; el Biarritz más exclusivo; el Mediterráneo luminoso y veraniego... 

 
 
De este período -escasamente estudiado, por desgracia-, la exposición de Mapfre expone muchísimas piezas que hablan de los contactos que allí hizo. Retratos de nobles y de grandes personalidades norteamericanas. Como por ejemplo, el del Presidente de Estados Unidos, William Howard Taft. También el de Juliana Armour Ferguson, o el de Mrs. William H. Gratwick. Todos ellos tienen como denominador común que Sorolla ha sabido captar la profundidad psicológica de cada uno. La determinación en el ceño de uno, la incertidumbre en el gesto de la boca de la Señora Gratwick, el rictus de preocupación en los ojos de Ferguson... Con estas representaciones, se ganó al selecto público estadounidense, y le llovieron los clientes. Se adaptó a sus gustos, realizando un retrato refinado, con ecos románticos de Madrazo, y algo melancólicos como los de Singer Sargent. A partir de 1911, dejará fluir la pincelada y se mostrará más libertina, más expresiva y creativa.

Su relación con Huntington fue muy prolífica y fructífera. Gracias a él, vendió muchos cuadros en Estados Unidos. Tanto retratos, como paisajes o escenas cotidianas de una España desconocida, alejada del folclore y los tópicos -que por otra parte también gustaban- conocidos por los turistas extranjeros. El mar de Zarauz, que pintó en Bajo el toldo. Zarauz en 1910, y otras pinturas como El bote blanco. Jávea o Las dos hermanas, enamoraron al público al otro lado del charco. El luminismo del que hacía gala, su pincelada caprichosa y llena de color, la felicidad y la alegría que transmitían, hizo que su fama se extendiera y sus particulares “marinas” o escenas de playa se adquirieran a gran velocidad.





 
De la mano de Huntington vino también el encargo de la decoración de la biblioteca de la Hispanic Society of America en Nueva York. Debido a ello, dedicó diez largos años de su vida a la elaboración del proyecto, denominado también Visiones de España. Fue un trabajo arduo que le reportó notoriedad y fama. En la exposición se muestran los gouaches preparatorios que realizó Sorolla para este panel de alegorías. 



 


De sus temporadas en la Gran Manzana se expone producción de Sorolla prácticamente inédita en España. Las vistas de la ciudad que lleva a cabo se encuentran influenciadas claramente por la aparición de la fotografía y la incipiente publicidad. Y se proyecta en los enfoques contrapicados, novedosos en las composiciones del valenciano. También sobresalientes son los delicados retratos que dibuja en los reversos de los menús de las cafeterías y hoteles de las ciudades que visita (Hotel Savoy en Nueva York y The BlackStone en Chicago). Son representaciones de los clientes que allí se sentaban, gente de la alta sociedad norteamericana. Sus perfiles o bustos son trazados con lápiz y apenas abocetados. Preciados retales del lado más desconocido del pintor.

Amaba a su familia, y lo demostraba en sus retratos, consciente o inconscientemente.
 
Ya te he contado mi vida hoy, siempre digo lo mismo, pintar y amarte, eso es todo. ¿Te parece poco?”
Sorolla a Clotilde
 
Pintó a su esposa Clotilde en infinidad de ocasiones. Sus retratos inspiraron a otras damas, que le encargaron los suyos al “estilo Clotilde”. Clotilde sentada en un sofá o Clotilde con traje negro son dos exponentes de sus retratos familiares, junto con María en La Granja. En éste último el padre pinta a su hija María. Con ella vivió sus últimos años en Cercedilla (Madrid), y fue una de sus modelos favoritas, como apunta la comisaria de la exposición, Blanca Pons-Sorolla, supo “captar su carácter tranquilo e introvertido”. El cuadro fue adquirido por Huntington junto a Clotilde con traje blanco. Nunca se consideró a sí mismo un retratista, pero tuvo presente que hacer retratos le reportaba unos ingresos considerables. Y consiguió -solamente de Norteamérica- más de cincuenta encargos de retratos, sumados a todos los que pintó en España.





La Fundación Mapfre es, una vez más, pionera en muchos aspectos en el ámbito expositivo. Ha conseguido traer al público europeo obras que apenas habían sido expuestas en el país natal del pintor, y ha sacado a la luz una faceta poco estudiada de Sorolla: su trabajo en Estados Unidos. Después de visitar esta exposición, la mirada del espectador cambia. A mejor.



La exposición “Sorolla y Estados Unidos” se puede ver en la Fundación Mapfre de Madrid (sede Recoletos) desde el 26 de septiembre de 2014 hasta el 11 de enero de 2015. Ha sido organizada por el Meadows Museum, The San Diego Museum of Art y la Fundación Mapfre. Su comisaria, Blanca Pons-Sorolla, destaca que la contribución de The Hispanic Society of America ha sido crucial para su éxito y su puesta en funcionamiento, y que el proyecto se ha podido llevar a cabo gracias a la generosa donación realizada por The Meadows Foundation. Son 150 obras del valenciano apenas conocidas en Europa. La exposición cuenta con numerosos recuersos, audioguías en varios idiomas, audioguías para usuarios con discapacidad visual, y signoguías (que explican obras seleccionadas mediante la lengua de signos, y subtítulos). Además, se han puesto en marcha las visitas guiadas gratuitas, visitas para niños, escuelas, adolescentes y talleres didácticos. Cuenta también con una novedad, que es la visita “online” de la exposición, a través de internet y de forma gratuita sin salir de casa.





martes, 7 de octubre de 2014

El Expolio de El Greco

El Expolio de El Greco (antes y después de su restauración en el Taller de Restauración del Museo del Prado)

FICHA TÉCNICA


El Expolio de Cristo
Autor: Doménikos Theotokópoulos, El Greco
Fecha: 1577-1579
300 x 178 cm
Óleo sobre lienzo
Catedral Primada de Toledo


Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: «¡Aquí tienen al hombre! Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo»”.


El Evangelio de San Juan narra de esta forma el momento que también es representado en una de las obras clave de la trayectoria artística del pintor cretense, El Expolio de Cristo. El lienzo capta la escena de Jesucristo instantes antes de ser despojado de sus vestiduras para ser clavado en la Cruz.
 
El Museo del Prado acogió de manera temporal, participando así en las celebraciones del 400 centenario del fallecimiento del pintor en 2014, esta obra de su última etapa, la que pasó en Toledo. Fue realizada para el Sagrario de su Catedral. En ella, asimila los distintos estilos que ha cultivado y las tradiciones que han influido en su pintura a lo largo de su amplio recorrido artístico. Es un lienzo cumbre. El Greco más genuino y en su estado más puro.

El restaurador que llevó a cabo los trabajos, Rafael Alonso, ha destacado el buen estado de conservación en el que se encontraba la pieza. Se realizó la reparación de pequeños levantamientos cromáticos y una limpieza general que ha mejorado la visión global de la composición.

Junto al Expolio se exhibieron fotogramas de las técnicas utilizadas. La reflectografía infrarroja y la radiografía, que revelan esbozos primarios, añadido de pigmentos, y toques posteriores modeladores, con muy pocas rectificaciones o “arrepentimientos” realizados por el maestro.

Con respecto a los aspectos técnicos y formales de la obra, cabe destacar la pincelada suelta y libre, que describe una anatomía masculina alargada, cubierta por el manto rojo brillante y estilizada. Algo muy cretense heredado del primer aprendizaje bizantino en Creta. El pintor trastoca y deforma la imagen de forma expresiva y dramática. Absolutamente espiritual, elevándose al cielo.

Cristo es una llama que se ofrece, aunque todavía no es el momento de la muerte, no está sufriendo, sino que se encuentra inmerso en un éxtasis espiritual, muy en consonancia con los místicos españoles del siglo XVII, como defiende Cossío. Anula cualquier tipo de perspectiva, y como señala Pérez Sánchez, “multiplica sus composiciones complejas y su técnica veneciana”. También destaca que en esta época realizará “grandes lienzos de exaltado manierismo, crispación anatómica y fosforescentes fulguraciones, que anulan cualquier referencia a lo real”.

Es en esta última etapa, la que pasa en Toledo, desde su llegada a la ciudad con treinta y seis años en 1575 hasta su muerte en 1614, donde asimila el ambiente castellano que allí se respira. Toledo será en esta época centro cultural muy próspero, como sostiene Miguel de Cervantes, “la gloria de España”. Allí el pintor griego es acogido y Toledo le ofrece familia, trabajo y “eternidad”, como señala Álvarez Lopera. En la ciudad castellana abrirá su taller en 1580, y lo ampliará en 1585, debido a la acuciante demanda de imágenes, sobre todo devocionales, realizadas por la nobleza oriunda. De ahí, la constante repetición de modelos. Realizará cuadros de gran formato como El entierro del Conde Orgaz, o diversos Crucificados de gran belleza, en los que abandona los modelos italianos. Pero también otros de devoción en el que aparece una figura de tres cuartos, de asunto sacro, destacando la Santa Faz, la Verónica o la Magdalena.

Tras su época de formación en Creta y sus estancias en Venecia y Roma, encuentra en Toledo su refugio, y allí se convierte en un pintor prolífico al que le proponen infinidad de encargos que realiza en ocasiones, en colaboración con su taller. Descubre Toledo tal y como la define para él su amigo Fray Hortensio Félix Paravicino “Toledo, mejor patria”. Y se refugia allí por algún motivo que todavía hoy se desconoce.

Miguel Zugaza, director actual del Museo del Prado, describe la labor que realizaron los restauradores como “importante y callada”, añade también que “ha sido un proyecto formado por el trabajo de mucha gente, y es importante que todos lo sientan así”. Actualmente, en el taller de restauración del Prado trabajan más de veinticinco especialistas que tienen habitualmente unas cincuenta pinturas en sus manos, tanto del Prado como de otros museos. Ahora, los restauradores, pueden disfrutar de la luz y de los patios diseñados y abiertos al público tras la última ampliación. Ven a los visitantes que entran con emoción a disfrutar de lo que posee el Museo. Y los visitantes pueden verlos a ellos cuidando de las obras.


Detalle del montaje de la instalación del cuadro de El Greco, El Expolio, acompañado de la reflectografía infrarroja y la radiografía de la pintura, técnicas de estudio que, por primera vez aplicadas a esta obra, permiten comprobar que el pintor no realizó cambios sustanciales en la composición inicial, lo que indica que El Greco concibió una idea general que fue cuidadosamente trabajada de antemano


Son sobrecogedores los cruces de miradas, las líneas invisibles que marcan las cabezas, los cuellos y los mantos de colores imposibles. La verticalidad de las lanzas. Es una obra maestra. Quizá sea esta última etapa del Greco la que más me emociona. La crisis de sus últimos años, la que dio paso a un aumento de los componentes emocionales y vitales, la que usa simbólicamente la luz y desnaturaliza las formas. Todo ello unido a su experiencia de vida, su formación en distintos países y ámbitos artísticos, su adscripción a los postulados manieristas y a la ideología de la Contrarreforma, dan lugar al más puro Greco y al más apasionante.

Hoy, y hasta el 9 de diciembre, esta maravillosa obra de arte se puede contemplar en el Museo del Greco en Toledo como "obra invitada". ¡No os la perdáis!

Nota: imágenes del dossier de prensa del Museo del Prado.

viernes, 3 de octubre de 2014

Tres conversaciones con El Greco. El pintor visto por otros pintores

Nota previa a la lectura: post onírico, dígase de aquél escrito bajo los efectos de Morfeo tras una noche en blanco de madre primeriza. Gracias por vuestra paciencia.

Poca información o casi nula, poseemos sobre el carácter, el pensamiento o la personalidad de El Greco. Importante documentación de tipo meramente biográfico fue hallada en los años setenta del siglo pasado rastreando en archivos toledanos. Su espíritu curioso y su afán por el estudio le llevaron a Italia, donde se empapó de los grandes maestros venecianos y de Miguel Ángel en Roma. ¿Fue su espíritu curioso y estudioso, o fue una huída por un crimen como se ha llegado a especular? Fernando Marías y Álvarez Lopera esclarecieron que Doménikos Theotokopoulos no fue solamente un lunático, un paranoico o un místico, como se creyó hasta casi bien entrado el siglo XX, sino que su extensa biblioteca y sus concisos e inteligentes apuntes sobre Vitruvio o Palladio, muestran a un Greco culto, cosmopolita, y no tan autodidacta como se pensó en un principio.

Llevada por la imaginación, transportada por la claridad de las salas del Museo del Prado, sentada en uno de los bancos y observando cada pieza, cierro los ojos. La luz del sol entra por los ventanales del complejo de los Jerónimos. Sería impensable reunir ahora a cuatro genios de la pintura universal, pero la mente humana es caprichosa y no conoce límites. Y menos aún la mente del historiador del Arte...

El pintor Diego Rivera se sienta a mi lado y nos miramos largo rato. Siempre tuve ganas de conocerle. Se interesó desde bien temprano por la pintura del cretense de su período toledano. Junto con el orfismo que abanderaron los Delaunay y el Cubismo de Picasso, fueron sus principales referentes a la hora de pintar. Ambos volvemos la vista hacia su Adoración de la Virgen y el Niño. Está llena de vida, de color, de esperanza. Como la del pintor de Candía. Su sombra fue alargada y cruzó el charco, atravesó fronteras. La exposición “El Greco y la pintura moderna” ha sorprendido por su frescura y porque aporta una nueva visión de la obra de El Greco a través de la producción pictórica de diferentes artistas a lo largo de los siglos.

Adoración de la Virgen y el Niño. Diego Rivera. Encáustica sobre tela, 150 x 120 cm. 1913. Colección María Rodríguez de Reyero

Todos ellos le admiraron, se inspiraron y ahora le entrevistan.

Picasso entrevista al Greco. El Entierro de Casagemas

Picasso cita a Doménikos en la calle Montsió, en el local Els Quatre Gats de Barcelona. Es una cervecería que hace las funciones de hostal y también de café modernista. Construido por el arquitecto Josep Puig i Caldafach, Doménikos entra curioso en el espacio “caótico” que albergaba además, las pinturas de Ramón Casas, Isidro Nonell o el mismo Pablo Picasso. Esa noche, en Els Quatre Gats, se escuchan de fondo las teclas del piano de Joaquim Nin.

Transcurre plácidamente una velada nocturna de final de verano. No hay espectáculo de títeres, ni cabaret, ni marionetas. Tan sólo las notas del compositor cubano, que se oyen a modo de canción de cuna para los clientes asiduos que solían varar por allí. Quizá por ello le invitó aquel día, para poder conversar con él sin interrupciones, y para que pudiera perderse el griego entre las mesas de ese amable cobijo y observar a cada uno de los personajes que se dejaban caer.

Salió a su encuentro el andaluz, y estrechándole la mano con una sonrisa acogedora y entusiasta, le condujo a una de las mesas bajo la atenta mirada de camareros, hombres curiosos y el dueño, Pere Romeu, que se preguntaba quién era aquel viejo despistado, pálido y ojeroso que acompañaba a la joven promesa del arte cubista.

Allí, bajo una pintura de Ramón Casas, y teniendo como compañeros de mesa a Santiago Rusiñol y al pianista Isaac Albéniz, enfrascados en una conversación sobre la magia de la música impresionista del francés Debussy, ambos genios empiezan a conocerse.
 
  • El Greco: Qué sitio más pintoresco, cómo cambian los tiempos... -mientras dice esto, va fijando la vista cansada en los dibujos modernistas que cuelgan de las paredes, en las jóvenes muchachas que venden cigarrillos y puros, en las bebidas de colores que tintinean en pequeños vasos de cristal.
  • Pablo Picasso: ¡Es el sitio de moda! -contesta el cubista con los ojos relucientes- ¿Qué quiere tomar, maestro?
  • E. G.: Pues nada, no se moleste... Bueno, sí, un pellejo de vino, si se puede...
  • P. P.: Eso está hecho.
 
El malagueño se acerca a la barra y pide un vaso de absenta rebajado y un chato de vino tinto. Mientras tanto, Doménikos observa a una de las chicas en silencio. Piensa que sus pestañas son muy largas y muy negras. Ella le mira y responde a su mirada con descaro haciendo círculos con las pupilas. Suelta una sonora carcajada y se aleja contoneando las caderas hacia el salón privado del fondo del local, con la bandeja de tabaco entre las manos. Doménikos permanece impávido, descolocado y sorprendido a partes iguales. Se le antoja todo un sueño. Regresa Picasso a la mesa con la bebida, y enseguida le acribilla a preguntas.

  • P. P.: ¿Doménikos, Domingo, Doménico? ¿Cómo puedo dirigirme a usted, maestro?

  • E. G.: Llámeme Domenikos, por favor. Y si me lo permite, ¿cómo puedo dirigirme yo a usted? Porque antes de acordar la entrevista con mi representante, leí su biografía y tengo entendido que le bautizaron como Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso...

  • P. P.: Ni yo mismo me acordaba, dejémoslo en Pablo, de lo contrario, se hará demasiado larga.

  • E. G: De acuerdo, Pablo. Pues yo quisiera preguntarle por su entierro. No por el suyo, claro está, sino por el de su amigo Casagemas. Yo siempre pensé que el que yo pinté del Conde Orgaz tenía fama de místico, de difícil... Y me lo querían bajar de precio, ¿sabe? Fue un encargo para la Iglesia de Santo Tomé de Toledo, y el párroco al final me pagó lo que convino en un principio... Pero lo suyo es distinto, Casagemas fue amigo...

  • P. P.: Cierto, fue mi mejor amigo. Lo sentí muchísimo. Estaba en un período muy melancólico, muy íntimo. ¿Sabe cómo lo llaman ahora los historiadores del Arte? Período azul. Puede que tengan razón. Fue muy azul. Muy triste. Lo quise tanto... Y me inspiré en usted, porque quise que fuera algo grandioso, pero muy etéreo, lo que él hubiera querido que fuese el Cielo. Mujeres desnudas, un beso sobre un caballo, bailarinas del Moulin Rouge... No me entienda mal, maestro Doménikos, su cuadro fue la inspiración de lo que sería el Cielo para una persona como Carlos.

     
    El Entierro del Conde de Orgaz. El Greco. Óleo sobre lienzo, 480 x 360 cm. 1586-1588. Iglesia de Santo Tomé, Toledo

    Evocación. El Entierro de Casagemas. Pablo Picasso. Óleo sobre lienzo. 150,5 x 90,5 cm. 1901. Museo de Arte Moderno, París



     
    Picasso bebe un trago del licor verde que se había puesto de moda unos años antes en París y que, según él, le confería inspiración para entregarse al desenfreno artístico. Doménikos lo contempla fascinado.
     
  • E. G.: Sí, claro, los tiempos cambian... -se pone pensativo y posa los largos dedos índices sobre sus labios- pero las mujeres desnudas... no... no... no sé... claro, que yo viví la Contrarreforma y tuvimos que tapar todo. Pero son otros tiempos, Pablo.

  • P. P.: Don Doménikos, a mí me gustan las personas extraordinarias. Y usted lo fue. Fue un incomprendido, un excéntrico, un raro... bueno, así se le ha palpado a lo largo de los siglos. Pero al mismo tiempo sus obras desprenden un halo de misticismo mágico, de estudio concienzudo, de pincelada experta, de quien sabe de dónde procede el color, la entraña de la luz y de la sombra...

    • E. G.: Yo siempre he sido un nómada. He aprendido de aquí y de allí. La mezcla de culturas -griega, italiana y española- me ha hecho valioso. Me he formado con los clásicos en Italia, con la tradición bizantina en Creta, con los grandes españoles... Y me he hecho a mí mismo. He creado mi mito, mi propio estilo, mi manierismo, el que yo quería. A veces no a gusto del cliente, pero... siempre con mi sello. Como usted, Pablo, un incomprendido para muchos.
    • P. P.: Cierto es. Sabe, yo me he atrevido con otras artes menores como la cerámica o también con la escultura. ¿Usted ha experimentado con otro tipo de expresión del arte?
    • E. G.: Algo hice, algo hice con el taller. Modelitos en barro, en arcilla, réplicas de santos, pequeñas hagiografías. Pero la pintura para mí era la máxima expresión. Nada se podía comparar a ella. La levedad que quería transmitir con mis figuras, la llama viva de los Crucificados que miran al Padre, los mártires atormentados deseando ser asuntos. Sólo la pintura me permitió llegar a esos niveles. Aunque me interesó también en gran medida la arquitectura. Leí a los grandes, a Vignola, Palladio, Vitruvio... Pero nunca me apasioné por lo convencional, por lo que se hacía en la Corte en aquel momento, los postulados reales, Juan de Herrera... No casaban con mi pensamiento. Realicé también algunos modelos de arquitecturas para retablos, como el de María de Aragón... Ese fue un gran trabajo...

    El ajenjo -como también era conocida la absenta o el “hada verde”- empieza a hacer efecto en el organismo de Picasso, y le vuelve más disperso. La mirada se pierde entre los azulejos de las paredes y las caras semiconocidas de los allí presentes. El rostro de Doménikos se hace puntiagudo para Picasso, y los contornos de su figura se desdibujan y se desvanecen poco a poco... Se sumerge en un sueño muy profundo y despierta, a la mañana siguiente, en su estudio de la calle de la Plata, sin saber si lo que sucedió anoche fue realidad o simplemente fruto de aquella bebida verde.

 
Egon Schiele entrevista a El Greco. La figura humana

 
Los árboles trazaban líneas hacia
la lejanía,
desplomándose sensualmente en su largura
pensé en mis visiones pintadas
y tuve la impresión
de haber hablado, aunque sólo fuese una vez,
con cada una de ellas”


...Te llamo para mostrarte todo lo que está permitido;
pequeños y grandes ojos infantiles miran
hacia el interior riendo
y hablan de mí...”

Egon Schiele, “Yo, eterno niño”


El próximo encuentro de Doménikos es con el artista austríaco Egon Schiele. La cita tiene lugar en Viena, en el Leopold Museum. Inaugurado en el año 2001, alberga el mayor número de obras pictóricas, grabados y literatura del artista vienés (41 pinturas y 188 dibujos). El fundador de la colección Leopold, Rudolf Leopold, declaró en 1950, que la pintura de Schiele era comparable a la de los grandes maestros europeos de siglos pasados, por su calidad, emomtividad y destreza técnica.

Egon Schiele entra en la primera sala de la planta del museo a él dedicada. Allí se encuentra esperando Doménikos. Ambos tienen muchas cosas en común. Los dos son muy delgados -Schiele es escuálido-, de caras afiladas y ojos oscuros grandes. La vejez pesa en un Greco anciano, y la enfermedad ha hecho mella en un enclenque y triste Egon Schiele. Las arrugas del candiota se marcan mucho en un rostro que ya ha visto todo, y unos ojos que han pintado demasiado. Se miran despacio. Hablan el lenguaje universal del arte, y no necesitan de un intérprete. Se saludan respetuosamente frente al Autorretrato con farolillo chino que Schiele realizó en 1912.

Autorretrato con farolillo chino. Egon Schiele. Óleo y gouache sobre tabla. 32,4 x 40,2 cm. 1912. Leopold Museum, Viena

  • Egon Schiele: Gracias maestro Theotokopouli por aceptar mi invitación y venir hasta aquí. Perdone si le he citado en el tiempo presente, pero es que la Viena que yo viví, la de 1914, estaba en pleno conflicto mundial y quise que nos encontrarámos en este espacio atemporal que es mi museo.
  • El Greco: Es un placer haber viajado hasta esta tierra fría, que no conocí en vida, pero que, con el espíritu aventurero que poseo, estoy encantado de conocer.
  • E. S.: Además, esta invitación tiene un segundo propósito. El primero es que quería conocerle personalmente ya que su obra, como se puede comprobar, ha tenido gran influencia en la mía a pesar de la diferencia de los siglos. Y el segundo propósito era que usted conociese el movimiento expresionista. Con el que, inconscientemente, usted tuvo mucho que ver.
  • E. G.: Me deja usted sorprendido con esa afirmación. Pero a la vez, impaciente por ver qué tiene en común este expresionismo con mi pintura, realizada hace tantos años. Cuénteme, se lo ruego.


    Franz Hauer. Egon Schiele. Punta seca sobre papel, 13 x 11 cm (plancha). 1914. Albertina, Viena

  • E. S.: Maestro Theotocopouli, ambos coincidimos en que rompimos moldes con el estilo artístico que imponía la sociedad y los artistas que la servían. Fuimos libres en el estilo y en la composición, en el color y en la forma. Eclécticos, autodidactas e independientes. ¿Cómo consiguió usted llegar a serlo en el siglo XVI?
  • E. G.: Muchacho, fue Toledo. Como siempre le dije a mi gran amigo Paravicino, Toledo fue mi mejor patria. Allí me acogieron y supieron entender mi forma de ver el arte. Hice mis contactos, monté mi propio taller y formé mi propia familia. Allí fui muy feliz. Y realicé la obra y el arte que siempre quise. Libre de ataduras, de imposiciones clasicistas. Con infinidad de encargos, como usted.
  • E. S.: Sí, yo conseguí esa libertad en Krumau y en Neulengbach, fuera de Viena. Me busqué a mí mismo y saqué lo mejor, el Egon más auténtico. A pesar de las críticas hacia mi manera de pintura, muchos historiadores y expertos en el mundo artístico han parangonado las anatomías que pintamos. Ambas tienden a alargarse, a elevarse, al misticismo más depurado.
     
    • E. G.: Es cierto. Interpreté los postulados del manierismo “alla mia maniera”. Me inspiré en la escuela de mi maestro, Tiziano, y también en mis viajes a Venecia, Padua, Vicenza, Verona, Florencia... Claro, aprendí también el clasicismo romano. Pero en Toledo es cuando mi obra se hizo más verdadera, más auténtica. Un poco como las anatomías de sus figuras, muchacho, escorzos hasta el paroxismo, rostros alargados y barbillas apuntadas, órganos visuales grandes, que dejan asomar el alma... Sus desnudos y las figuras humanas las pinta con una agresiva distorsión figurativa. Qué grandeza. Qué pena que muriera usted tan joven...

    Laocoonte. El Greco. Óleo sobre lienzo. 137,5 x 172,5 cm. 1610-1614. National Gallery of Art, Washington, D. C.

    La casa de la curva. Egon Schiele. Óleo sobre lienzo. 110,5 x 140,5 cm. 1915. Leopold Museum, Viena
    • E. S.: Sí, señor. Pero la enfermedad, la tristeza... También yo iba a tener un hijo, ¿sabe? Me convertí en uno de esos grandes mitos que mueren jóvenes. Fui el expresionista más puro. Y usted, si me permite decirlo, fue el primer expresionista. Igual que en mis dibujos y obras, el espacio que recreamos se convierte en una suerte de vacío dimensional. Por no hablar de los paisajes. De fondos infinitos, árboles y colinas melancólicas... ¿Y qué me dice de las anatomías? Nuestras anatomías desprenden luz, la luz no es natural, emerge del propio cuerpo. Siempre he dicho que mis cuadros deberían colocarse en templos. Como los suyos.

    • E. G.: Sí, bueno, pero... no se confunda, hijo. A mí todos me quieren clasificar. No se han enterado todavía de que soy especial, de que soy inclasificable. Usted es todavía un chiquillo para entenderlo...

      Los dos pintores siguen paseando por las salas del Leopold Museum. Caminan en silencio, callados, observando grabados, dibujos en diferentes soportes, originales de poesías infinitas de letra picuda... Doménikos contempla aquella libertad de expresión con gesto aprobador. A veces esboza una sonrisa. Y piensa que quizás sí, que de algún modo, su pintura y la de ese muchacho tienen mucho que ver.


      Paul Cézanne entrevista a El Greco. La dama del armiño
       
      En su relato breve Naïs Micoulin, el escritor Émile Zola describe la pequeña localidad de L'Estaque, en el extremo norte de Marsella. Destaca su magnífica bahía rodeada de montañas, los campanarios de las iglesias, y las altas chimeneas que se alzaban sobre las azoteas de las casas del pueblecito hacia un cielo despejado y sin nubes. Describe también las colinas pobladas de verdes arboledas, y se muestra sobrecogido por el reflejo de los islotes en el agua cristalina. L'Estaque fue, durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta 1920, refugio e inspiración para infinidad de artistas que transcurrían sus horas observando las maravillas que la Madre Naturaleza había donado al golfo marsellés. Uno de los primeros en sentirse atraído por la zona fue el pintor Paul Cézanne, pero también fue L'Estaque de Renoir, Braque, Derain o Dufy. Cercana a Collioure -bastión de Matisse- la pequeña población de L'Estaque se basó en la fabricación y el comercio de la teja artesanal. Es a este pintoresco lugar donde se desplaza nuestro Doménikos para charlar con el padre de la pintura moderna, Paul Cézanne.

      L'Estaque. Zona de Riaux


      L'Estaque visto desde el puerto
       
      L'Estaque visto desde el Golfo de Marsella. Paul Cézanne. Óleo sobre lienzo. 58 x 72 cm. 1878-1879. Museo d'Orsay, París. © RMN-Grand Palais (Musée d'Orsay) / Hervé Lewandowski

       
      Sentados cara a cara en una terracita junto al puerto, se encuentran el padre y el abuelo de la pintura moderna, como sentenció Henri Matisse el siglo pasado. El francés es muy desconfiado. Al hacerse anciano, su carácter se ha agriado y no soporta largas conversaciones. La última que tuvo fue con el artista Émile Bernard. Tiene miedo al ridículo. Es huraño. Zola le traicionó y lo esperpentizó en su novela La obra. El personaje del pintor fracasado Claude Lantier estaba sospechosamente inspirado en el artista provenzal. Le separa del griego que casi hasta el final de sus días tuvo que luchar por el reconocimiento de su pintura. Tan sólo en los siete últimos años de su existencia su figura y su obra comenzaron a ser apreciadas. Pero tienen en común muchas cosas. El arte moderno nació con ellos.

      • El Greco: Estimado monsieur Cézanne, antes que nada me gustaría agradecerle la invitación a este maravilloso lugar. Es verdaderamente evocador, y tengo entendido que han vivido aquí innumerables pintores atraídos por estos paisajes mediterráneos tan luminosos y llenos de color. Me recuerda en su justa medida a mi Creta natal...

      • Paul Cézanne: Es todo un honor que esté usted aquí hoy. A través de los siglos, a través de los tiempos, unidos por la pintura. La guerra me llevó a refugiarme en este paraíso en la tierra. En un comienzo, la paleta de color que utilicé era más oscura, más apagada, pero con el paso del tiempo se convirtió en “mi tierra prometida”, como le conté a mi amigo Pissarro en una carta. La segunda vez que estuve aquí todo cambió y vislumbré la verdadera pintura que yo estaba buscando, la que quería hacer realmente. Los colores se volvieron claros, la luz del sol entraba a raudales por los poros de la tela. Ya no había impresionismo. Había creado algo nuevo. Suprimí la perspectiva y simultaneé los planos. ¿Y sabe qué? Con una de estas marinas de L'Estaque conseguí entrar en las colecciones de los museos de Francia. Al principio, los visitantes de la colección quedaron desconcertados, pero fue un cuadro que fascinó a artistas y pintores. Por eso luego visitaron L'Estaque fauvistas, expresionistas... Fue un triunfo.

      • E. G.: Es apasionante su historia. Pero tengo una curiosidad desde hace tiempo, y querría que usted me la resolviese, si fuera posible.

        Mientras Doménikos habla, Cézanne tuerce el gesto y desvía la mirada al suelo, asintiendo con la cabeza.

      • E. G.: Usted, que por lo que he leído y me han contado, y he visto sobre su obra, siendo tan “avant-gard”, y queriendo dejar atrás a maestros que rompieron con la pintura clasicista e ir más allá, eligió una de mis obras más, digamos, “clásicas” para inspirarse y reformularla. ¿Por qué?

      • P. C.: ¿Se refiere usted a La dama del armiño?

      • E. G.: Exactamente.

      La Dama del Armiño. El Greco? Óleo sobre lienzo. 63 x 50 cm. 1577-1579? Stirling Maxwell Collection, Glasgow

      La Dama del Armiño según El Greco. Paul Cézanne. Óleo sobre lienzo. 53 x 49 cm. 1885-1886. Colección Particular, Londres

      •   P. C.: Es una buena reflexión. Creo que lo hice porque usted no lo hizo. La pensé de nuevo. Y fui más allá. No la quisieron nunca. Nunca tanto como a la suya. Hasta ahora. La mirada de las dos señoras es la misma, el gesto, el encontrarse con el espectador. Pero no fue sólo la Dama. Su influencia ha estado en mi pintura siempre. El color, la luz, la pincelada... La mirada del personaje, la cotidianidad del refugio. En mi caso fue, aquí, en L'Estaque, en el suyo, Toledo. Siempre fuimos unos incomprendidos ambos. Usted siempre buscó algo más, y lo encontró hacia el final de sus días. Su propio estilo. Yo también lo encontré. Y fue en el neoimpresionismo. Sobrepasé la “impresión”, el “momento”, la captura instantánea, y utilicé los avances que me permitió mi tiempo para hacer otro tipo de pintura. La óptica, el color, Pissarro, Manet, Sisley... A ellos también los superé. Y usted superó a otros. Como pude escuchar en la inauguración de la exposición que hay actualmente en el Museo del Prado de Madrid sobre su influencia en la pintura moderna, al director del Museo, Miguel Zugaza; usted tomó el testigo de Velázquez, y superó a Goya y a Rafael. Es el maestro de maestros.

      • E. G.: Qué gran responsabilidad me concede usted, monsieur Cézanne. Yo con Toledo me conformaba. Toledo y yo. Me fui de todas partes, de todos los sitios huí. Y ahora todos quieren de mí. Pues no voy a ser yo quien se lo quite.

      El sol de la sobremesa se refleja en las mesas de la solitaria terraza de L'Estaque. Y retomo la carta que envió el francés en 1876 a Camille Pissarro en la que le hablaba del “espantoso sol” que transforma los “objetos” en “siluetas”. Alzo la vista y puedo ver esos árboles sobre la colina, pinceladas que se yuxtaponen las unas sobre las otras. La luz del Golfo de Marsella ciega mis ojos. Los cierro para no exponerlos demasiado. Puedo escuchar el agua chocando suavemente contra las rocas, como pidiendo permiso. Abro los ojos y vuelvo a estar en el Museo. Frente a mí, la poderosa Visión de San Juan, traída del MET. Y a su lado, y con su permiso, las bañistas de Cézanne. Me levanto entumecida, como si hubiese viajado a un lugar muy, muy lejano, a través de los siglos y los continentes.

      La Visión de San Juan. El Greco. Óleo sobre lienzo (parte superior cortada). 223,3 x 193 cm (224,8 x 199,4 cm incluyendo tiras añadidas) h. 1608-1622. The Metropolitan Museum of Art, Nueva York

       
      La exposición El Greco y la pintura moderna se puede visitar en el Museo del Prado de Madrid hasta el 5 de octubre de este año. 


      BIBLIOGRAFÍA

      ÁLVAREZ LOPERA, J.: El Greco. Colección Los grandes genios del Arte. Unidad Editorial S.A. Madrid, 2005.

      CALVO SERRALLER, F.: Obras maestras del Museo del Prado. Guía de sala. Edita la Fundación Amigos del Museo del Prado. Madrid, diciembre de 2009.

      MARÍAS, F.: El Greco. Historia de un pintor extravagante. Editorial Nerea, San Sebastián, 2013.

      PANCORBO, A.: El Museo del Prado. La colección de Pintura Española I. Edita el Museo Nacional del Prado. Madrid, 2009.

      PÉREZ SÁNCHEZ, A. E.: Pintura Barroca en España. 1600-1750. Manuales de Arte Cátedra. Madrid, 1996.

      VV.AA. Catálogo de la exposición El Greco y la pintura moderna. Editado por el Museo Nacional del Prado. Madrid, junio 2014.

      VV. AA. Enciclopedia del Museo del Prado. Editada por el Museo Nacional del Prado. Madrid, edición actualizada y revisada de noviembre de 2006.

      VV. AA. La Guía del Prado. Editada por el Museo Nacional del Prado, Madrid, 2012.