lunes, 17 de noviembre de 2014

Givenchy. El prêt-à-porter de lujo o el triunfo del básico atemporal. Primera retrospectiva del modisto francés en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid


Jamás he entrado en una tienda Zara. Pero conozco a su fundador, Amancio Ortega, y merece todo mi respeto y admiración”

Confesión de Hubert Givenchy a Lorenzo Caprile en una entrevista en el verano de 2014


Hubert de Givenchy por Robert Doisneau. 1960


Con esta exposición que dedica el Museo Thyssen-Bornemisza al “modisto”, como a él mismo le gusta definirse, Hubert de Givenchy, el centro madrileño se vuelve a reinventar de nuevo y demuestra, una vez más, que es uno de los pioneros en cuanto a innovación expositiva, nuevas técnicas de marketing en el mundo del arte -inauguran tienda en Internet- y uso de las redes sociales. Ello pone de manifiesto que es un espacio abierto al visitante, accesible (no existe para ellos el concepto de élite que va a visitar un museo como podía suceder en el siglo XIX o durante gran parte del siglo XX), y al alcance de la mano de diferentes tipos de público. Desde niños y jóvenes hasta los apasionados del Arte más veteranos.

No contentos con ello, muestran al público parte de su colección de pintura, ligada al veterano couturier francés. El binomio moda-pintura funciona. Y creo personalmente que será la primera muestra de las muchas que realizarán en un futuro de este tipo.

Ya desde la entrada, se puede apreciar el cuidado detallismo que conservadores y proyectistas han puesto en el diseño de la retrospectiva. La estética es clave. Hermosos jarrones de flores blancas reciben al visitante y le introducen en un selecto ambiente, como si de un taller de alta costura se tratase. Las notas del primer perfume que creó la Casa Givenchy en 1957, L'Interdit, casi se pueden apreciar mientras se recorren las salas.

Entrada a la exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid

Eloy Martínez de la Pera, comisario de la exposición, junto con Paula Luengo, conservadora del Museo, proponen un itinerario que comienza narrando los primeros éxitos del diseñador francés. Pero, como él mismo ha señalado en más de una ocasión, ese éxito no vino de la nada. Fue el resultado de una formación temprana, de su crianza en una familia materna poseedora de negocios textiles en la ciudad francesa de Beauvais, y de un abuelo que fue un gran coleccionista de objetos artísticos, así como propietario de una fábrica de tapices. Entonces, claro está, de casta le viene al galgo.

Givenchy desconfía de los “nuevos talentos”, de aquellos que en un par de años son directores artísticos “aquí o allí”. Señala que se ha perdido actualmente un gran valor que es el aprendizaje, la paciencia, la constancia y estudiar el oficio (métier) desde abajo. Se declara defensor absoluto de las jerarquías de los talleres: directora, dependientas (a las que él denomina “vendeuse” a la antigua manera, y que se ganaban tanto la confianza de los proveedores como la de las clientas), las oficialas, patronistas, modelistas, cortadoras, probadoras y modelos. 

El Conde de Givenchy se formó en primer lugar en la Escuela de Bellas Artes de París, a la que accedió en 1944. Tras ello, pasó por los talleres de modistos de gran fama y renombre, como Jacques Fath, Robert Piguet, Lucien Lelong o Elsa Schiaparelli, que le influye muchísimo en sus creaciones, y a la que llega a denominar “la perfecta encarnación del chic”. En estos años de formación conocerá a personajes fascinantes del mundo del espectáculo, el cine o las artes escénicas francesas, como la modelo y actriz Maxime de la Falaise, Françoise de Langlade (directora de Conde Nast y esposa de Óscar de la Renta) o el ilustrador René Gruau. Fueron años vitales en los que Givenchy absorbía como una esponja tanto ambientes como enseñanzas.

Todo ello se ve reflejado en lo que fue su primer triunfo textil: la blusa Bettina. La llamó de este modo en honor a su modelo preferida. Fue un récord de ventas. Estaba realizada en un material económico, el algodón, y llevaba volantes de bordado inglés con calados y bodoques. Al mismo tiempo, en el año 1952 creó la “Maison Givenchy” y lanzó su primera colección. Se caracterizaba por una elegancia que jamás abandonará, así como por la pureza de líneas de las piezas y una belleza sin tiempo.

 
Diseño blusa "Bettina"


 
Detalle de una manga de la blusa "Bettina", estrella de la colección "Separates"

 
Conjunto con blusa "Bettina", falda cámel y pamela de rafia
 
Esta primera colección no hubiera sido posible sin la inspiración del maestro Cristóbal Balenciaga, al que admiraba profundamente desde su juventud. De él heredó la simplicidad en las líneas y los volúmenes.

Se denominó “Separates” y fue una colección pensada para una mujer que pertenecía a una élite de la alta sociedad que se movía en una Europa cosmopolita. Consistía en una selección de partes de abajo y de arriba intercambiables y combinables entre sí, al gusto de la clienta. Era lo que se denomina en moda, el “prêt-à-porter”. Sí, “prêt-à-porter”, pero de lujo. Algo que hasta entonces no había osado realizar ningún otro taller o diseñador. Él fue el pionero. Y de ahí a la fama.

En esta primera parte del recorrido se puede apreciar bien la importancia que tendrá para él la calidad de los tejidos, que también es herencia de Balenciaga. Así como una de sus principales señas de identidad: el color negro. De este modo, idea una de las prendas básicas para el armario de cualquier mujer, el vestido negro corto, apto para todas las ocasiones. Un cocktail, una reunión de trabajo, un concierto, o una cena romántica son eventos a los que podrá acudir con el mítico “little black dress” y nunca le fallará ni desentonará.

Es en este momento cuando las obras de la Colección del Museo comienzan a entablar un diálogo con las creaciones del diseñador. La Santa Casilda de Francisco de Zurbarán, envuelta en brocados y oros, se muestra junto a un espléndido conjunto de noche de pantalón y chaqueta en lamé brochado de 1990. Y vuelve a subrayar su pasión por el contraste y la calidad de los tejidos.

Detalle del conjunto de noche de lamé. 1990


Santa Casilda. Francisco de Zurbarán. Colección Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Otro de los puntos que quiere tratar la retrospectiva es la influencia que tuvieron las grandes clientas en Hubert Givenchy y en sus creaciones. Inicia la segunda parte de la exposición. Muchas de estas clientas se convirtieron en grandes amigas, y otras en musas de sus colecciones. En su casa de París atesora los recuerdos de una vida en magníficas fotografías. Jackie Kennedy en Versalles con un conjunto de abrigo y vestido en satén bordado de flores; Wallis Simpson de riguroso luto en el funeral de su esposo, el Duque de Windsor; Audrey Hepburn posando desenfadada con uno de sus dos piezas...

Conjunto diseñado para el vestuario de Audrey Hepburn en "Cómo robar un millón y..." (1966)

 
Audrey Hepburn fue su íntima amiga. Para ella creó numerosos diseños, y ella le llevó de la mano a lo más alto de Hollywood. Fue el encargado de vestirla en Desayuno con diamantes, con un vestido tubo de noche de satén negro, que luciría en una de las memorables escenas de la película, mientras desayunaba un croissant delante de la joyería más famosa del mundo. Ese vestido daría la vuelta al mundo y se convertiría en icono de estilo dentro y fuera del mundo del cine. Traspasó fronteras. La actriz británica encarnó para él los valores de la Casa Givenchy: elegancia, discreción y serenidad. La vistió también para otras películas, por ejemplo Cómo robar un millón y... junto a Peter O'Toole; Sabrina; Historia de una monja o Una cara con ángel. Su amistad comenzó en 1954 y se prolongó hasta la muerte de la actriz en 1993.

Detalle del mítico vestido que Audrey Hepburn lució en la película "Desayuno con diamantes" (1961)
 
A medida que atravesamos las estancias, los cuadros continúan en “sagrada conversación” con los vestidos. Martínez de la Pera destaca de esta relación que “sus creaciones aúnan la elegancia clásica de la alta costura con el espíritu innovador del arte de vanguardia”. Así, se intercalan con los lienzos de Rothko, Miró o Robert y Sonia Delaunay, con los que coincide en elegancia y en el uso del color.

Finaliza la novedosa retrospectiva con una selección de trajes de novia, así como con una serie de fotografías de los años ochenta, con diseños llenos de glamour en el cuerpo de las primeras súper modelos.

El cariño que el maestro siente por España es inmenso, y se muestra palpable en la exposición que le dedica el Museo Thyssen, y también en las entrevistas que concede a los medios. Conoció Toledo de la mano del doctor Marañón, y tiene aquí a su querida Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, a la que le une una larga amistad. Ella fue, además, íntima confidente y musa de Balenciaga, su mentor español.

En 1988, Givenchy vendió su firma al grupo empresarial Louis Vuitton Moët Hennessey (LVMH), y se retiró definitivamente siete años después.

Yo siempre quise dedicarme a la moda, a embellecer a la mujer”
Hubert de Givenchy


Esta declaración de intenciones parece una contradicción con las actuales propuestas que ofrecen actualmente los diseñadores y las casas de moda. Y da mucho que pensar y que reflexionar.

Como curiosidad, la tienda del Museo vende productos “marca Givenchy”. Los antifaces para dormir confeccionados en encaje son un guiño a la inolvidable escena de Desayuno con diamantes, con una Holly Golightly en la piel de la Hepburn, que se despereza en la cama de su piso de Nueva York.

La retrospectiva Hubert de Givenchy permanecerá en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 18 de enero de 2015. La completará un ciclo cinematográfico de acceso gratuito, los sábados a partir de noviembre hasta que finalice la muestra. El catálogo está disponible en español e inglés, y contiene textos del diseñador, del comisario y de los conservadores de la exposición, así como de Philippe Venet, asesor de este ambicioso proyecto.


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